De nacimientos y graduaciones: ciclos de la vida

Irene minutos después de la defensa de la tesis
Irene minutos después de la defensa de la tesis

Hace casi 21 años, cuando nació Irene, después de una larga espera que se complicó más de lo esperado, tuve la dicha de ser la segunda persona que la cargara, después del médico. Recuerdo que lo primero que hice fue contar que todas las cosas (dedos, ojos, orejas, etc) estuvieran en su sitio y en las cantidades correctas, y después, ya cuando las enfermeras se hicieron cargo de la mocosa que no paraba de llorar, me senté a pensar cómo sería el día que se graduara de lo que fuera que estudiara. De las noches en vela, las enfermedades, las alegrías, peleas, conversaciones… esa niña definía el fin de un ciclo de mi vida, desde el nacimiento en donde uno era responsable sólo por uno y el comienzo de otro, donde ahora pasaba a ser responsable por otra vida. Creo que el nacimiento de los hijos son momentos muy felices, pero también son serios, muy serios. Una sensación similar fue el nacimiento de Miguel, reafirmando que el resto de mi vida sería padre sobre casi cualquier otra cosa.

El día jueves 10, tras mucho discutir por poder entrar a la defensa de su tesis sobre la recuperación del Cementerio Corazón de Jesús (le aterraba que no aprobase su modo de presentar), sentado en una esquina mientras planos y más planos eran analizados y contrastados contra la maqueta del edificio Sacellum (su propuesta), descubría con mucha satisfacción que entendía poco y nada de las explicaciones que daba sobre la luz, los colores, texturas, formas, simbolismos y estructuras de su edificio. Durante esa hora, ensimismado y alelado por el murmullo y los sonidos de los planos moviéndose, volví a aquella sala de hospital para descubrir que el ciclo se comienza a cerrar de nuevo, como siempre en la vida. Dentro de pocos años Miguel lo cerrará completamente en su correspondiente defensa de tesis.

Y no es que uno se desentienda de los hijos, los eche a la calle a que vivan por su cuenta, porque «ya cumplí con darte educación». Hoy día, sin estudios de cuarto nivel (posgrados) la competencia se hace dura, pero ya se trata de una decisión personal y bajo control de los propios hijos, que uno sólo observa, sin mayor influencia. Y más aún en la Venezuela depauperada de hoy día, donde ser profesional es un apostolado franciscano, la condena a la pobreza permanente, ya que ser un asalariado es una idiotez supina en un país donde la inflación y la escasez son tan altas que da vergüenza publicarlas. Hoy en día pensar y ser creativo es peor pagado que hacer una cola infinita en un supermercado, comprar en diez y vender unos metros más adelante en cien; todo financiado por el gobierno con los impuestos de los pocos que quedan trabajando y con los rastrojos de una depauperada producción petrolera que se vende a casi una tercera parte de lo que se vendía.

En fin, volviendo a los que nos compete hoy, sentí que la vida son ciclos, serpientes que se muerden la cola y transmutan en nuevos seres y formas. Ya Carmen y yo nos acercamos al ciclo que debe ser contemplativo, reflexivo, productivo sin duda, pero con la sensación de que la obligación que uno asumió al momento de ver nacer al hijo primogénito ya se ha terminado. El ciclo donde, a falta de haber cumplido todos los sueños de juventud (¿quien los habrá hecho todos?), uno proyecta su felicidad en la felicidad de los hijos, en ver cómo cumplen ellos sus sueños que uno toma como propios.

Aunque no soy creyente en supersticiones, no dejó de sorprenderme que, a días de terminar la tesis (recuerden, sobre cementerios, la vida y la muerte), buscando unas llaves perdidas, encontramos caído dentro de un mueble un papel de mi padre, que dice literalmente: «¿Qué es vivir? – nacer, crecer, llorar y reír, gemir y parir, para luego tener que morir – dijo de esta manera una señora un día cuando tuvo que responder a esta pregunta», que quizás anotó al leerlo en otro lado, aunque papá se ponía muy creativo a veces. Las muchachas lo colocaron inmediatamente en su proyecto. La idea de los ciclos que me estaba dando vueltas en la cabeza, ahora refrendada por el viejo.

Unos días después, escribiendo estas líneas, descubro que fui inmensamente feliz viendo a mi hija saltar de una alegría que no le cabía en el alma y que hacía catarsis de docenas de trasnochos y verla abrazarme diciendo: «Dale, llora de la emoción». Ver a mi esposa soltar un gran peso por todo el esfuerzo que hizo para cuidar hasta el último detalle del proyecto, de modo que Irene sólo se concentrase en su éxito; observar como Miguel tomaba mucho de esa gigantesca alegría de su hermana mayor, esperando que le sirva de estímulo para seguir estudiando… eso es felicidad. Y mucha. Suficiente para poder seguir soportando el día a día.

Un comentario en “De nacimientos y graduaciones: ciclos de la vida”

  1. Nos ponemos solemnes cuando envejecemos, y con mucha razón. De la misma manera que expresas esa sensación cíclica de la vida, voy recordando la actitud reflexiva y de solemnidad de nuestros padres y abuelos en momentos como este. Ahora los comprendo mejor. Me alegra inmensamente ver a Irene graduarse. Yo tambien estuve allí el día que nació y lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer. Comparto tu sentimiento de orgullo y de inmenso logro. Uno aprende a no dar nada por sentado en esta vida y a valorar las cosas realmente importantes. Un fuerte abrazo a ti, a Carmen, a Irene (por supuesto) y a Miguel, quien veo que está muy orgulloso de su hermana.

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