Hace casi un mes escribí sobre las dos opciones de los griegos. Eran o rehusar las condiciones de la troika, salirse del euro y de la Comunidad Europea, o tragarse todas sus palabras y aceptar la financiación y los ajustes. Resulta que han aceptado lo último, con condiciones aún más duras que aquellas que rechazó la población griega. Hay dos cosas que quiero analizar:
1. ¿Para qué hacer el referéndum?
Tsipras se graduó de populista barato. Llega al poder sobre promesas que no podía cumplir. Mantener lo bueno sin lo malo. Confrontado con la dura realidad, empieza a darle largas al asunto, un día coquetea con la banca, al otro lo insulta; una mañana dice que el acuerdo está listo, en la tarde se retracta. El tiempo sigue corriendo, el default se acercaba cada vez más. Entre la espada y la pared, frente al precipicio, huye hacia adelante y convoca al referéndum. Como dije antes, el griego medio votó que «No», pero, por si acaso, sacó todos sus euros de la banca griega – nadie es tan idiota.
Al lunes siguiente al referendum, hay corralito, empiezan las severas restricciones y Grecia entra en default. Los griegos sólo vieron dos semanas de lo que sucede cuando no se pagan las deudas contraídas. Y como dijeron otras economías europeas que están pasando por momentos difíciles, parte del rescate griego viene de sus debilitadas arcas. Las bravuconadas de Tsipras terminaron en sufrimiento del pueblo y la aceptación de todas y cada una de las condiciones para el financiamiento. Y muchas de ellas son anatemas para populistas: privatizaciones, subidas de edades de jubilaciones, desregulaciones de profesiones. Pero muchas de estas son condiciones normales en el resto de Europa. Como allá no se puede devaluar, hay una regla que no se puede violar: No se puede gastar más de lo que entra, a menos que pidas prestado. Y no puedes pedir prestado más allá de tu capacidad de pago. Igual que le pasa a usted, apreciado lector y a mí, y a todos.
Y al final del día, los griegos tienen que darse cuenta que son un país pobre inmerso en una comunidad que está uno o dos escalones por encima en la escala de la riqueza de las naciones. Sólo les queda apretarse el cinturón, ser muy austeros, y trabajar muchísimo. Les llevará decenios pagar el derroche de estos años (entendiendo por derroche el gastar más de lo que se debe y se puede – no importa en qué).
Tsipras durará poco. Afortunadamente, Grecia, como la mayoría de Europa, es una república con democracia parlamentaria, donde las salidas del Jefe del Gobierno son muy sencillas y poco traumáticas. Esta turbulencia tuvo la primera víctima en el sitio menos esperado: se trata de la versión española de Tsipras, Podemos y Pablo Iglesias. Podemos cae a mínimos históricos a pocos meses de las elecciones parlamentarias españolas, como se observa en la gráfica anexa. ¿La razón? Podemos propugna algo similar para España: olvidarse de los pagos, empleo para todos sin explicar mucho cómo lo va a hacer, beneficios para todos sin que haya recursos para ella. La foto griega ha debido asustar a algunos votantes españoles.
(Tomado de El País – elpais.com).
El ascenso de Tsipras es como el de cualquier populista de medio pelo. Un país con muchos problemas, la institución política socavada por la incapacidad y/o la corrupción y un verbo mordaz son los ingredientes del éxito. Pero los populistas siempre acaban con un país. Incluso uno como Alemania, que fue a una guerra conducido por un populista. En todos los países, de cuando en cuando, aparece uno. Una democracia es madura cuando existe la solidez institucional y la madurez del pueblo, especialmente esto último, para evitar ser embaucados, como acaban de ser embaucados los griegos.
2. ¿De quién es la culpa?
No es toda de los griegos como pueblo, pero sí hay algo. Vivir gastando más de lo que entra no es sostenible. El gobierno griego (los anteriores, éste) tiene mucho de culpa. Todos los gobiernos temen aplicar medidas duras, y si hay alguna alternativa, por descabellada que parezca, la tomarán, porque el horizonte del político populista llega hasta la siguiente elección. Al no haber mucha transparencia en cómo y dónde se gasta el dinero, la auditoría pública es difícil. Cuando todos reciben un pedacito del pastel que compramos a crédito, nadie se pone muy bravo. Y menos se ponen a pensar que a lo mejor eran dos pasteles y no uno los que se habían podido comprar con el dinero que llegó. Algunos comieron más que otros, pero como todos comieron, nos vamos felices a casa después de la fiesta.
Sin embargo, la mayor culpa, a mi juicio, la tienen las entidades que prestan dinero. Este dilema tuvo que haberse dado cinco, diez años atrás. Entiendo que la Comunidad Europea genera inmensos volúmenes de información por cada socio. No había que ser un economista de Nobel para darse cuenta que Grecia no pagaría. Pero dejaron correr la arruga. Y vinieron sólo préstamos, con pocas medidas de austeridad. Pero sin ningún incentivo a la producción y a la productividad, a la exportación. Si vas a prestar dinero, asegúrate de que quien lo reciba lo pague.
Espero que otros países en Europa se vean reflejado en este triste espejo y no pasen por esta tragedia. ¿Cuál será la próxima Grecia?