El último que apague la luz

Ayer estuve en una reunión donde había una buena cantidad de gente. A varias de ellas tenía algún tiempo que no veía. Tras los saludos de rigor, vinieron las preguntas por los hijos y la familia. «El mayor se fué a … y el menor está arreglando los papeles y sale pronto». «El chamo vendió todo y se fue a probar suerte como inmigrante ilegal. Me dijo que peor que aquí no le puede ir». «Más del 75% de los compañeros de graduación se van o están buscando irse». Y así por el estilo.

Donde trabajo, hemos tenido 16 renuncias en poco más de dos años. Casi una al mes (en una empresa de 70 personas) y casi todas en las áreas medulares. La semana pasada tuve dos en menos de diez minutos. Casi todas personas menores de 30 años. La amplia mayoría de excelente desempeño, promesas en formación. De las 16, 12 están afuera, 2 más están activamente buscando irse. Nuestra reunión de bachillerato mostró cifras menores, pero igualmente alarmantes.

Los reemplazos que hemos conseguido en la oficina son de menor experiencia. Los reemplazos se van igualmente al cabo de un par de años, que imagino es el tiempo que les lleva encontrar una oportunidad. A estas alturas, los que entran son recién graduados. Y esto pasa en todas las organizaciones que conozco.

¿Qué nos ha pasado como país para que padezcamos esto? Más allá de los tecnicismos económicos, ¿no representa esto una falla brutal de la sociedad? ¿No tenemos mejor oferta que el extranjero para la juventud? ¿No es una barbaridad que nuestros escasos recursos se vayan en formar brillantes jóvenes que van a agregar valor a otros países? (eso es aún peor que regalar petróleo y plata – es regalar porvenir y prosperidad).

Uno de ellos me comentó: «Hice mi mejor esfuerzo, estudié lo más que pude, me esforcé al máximo, tengo un buen título. Aún si consigo un buen trabajo, bien remunerado para mi perfil y experiencia, jamás podré comprar un carro, mucho menos una vivienda, que es lo mínimo que desea cualquier profesional. Estoy condenado a vivir con mis padres. Me están expulsando de este país». ¿Poseen ustedes una respuesta, una explicación que podamos darle?

Un país no puede darse este lujo. Las consecuencias que producen las más brutales medidas económicas «neoliberales» son ínfimas comparadas con tener la diáspora de talento que estamos teniendo. ¿Quién se va a hacer cargo del país cuando los viejos nos terminemos de poner viejos? ¿Cómo vamos a competir con un mundo que abraza y estimula al talento? ¿Nos hemos puesto a pensar qué tienen Europa, Canadá, Estados Unidos, Australia e incluso Colombia, Costa Rica, Chile y Ecuador que tanto atraen a nuestros muchachos? Europa está inmersa en una tremenda crisis, con altos desempleos juveniles, y sin embargo la gente va allá. Colombia es un país donde la violencia no ha mermado y la desigualdad social es grande. Y así podemos hacer una lista para cada uno de los destinos favoritos de los jóvenes venezolanos. Y en todos lados la xenofobia es un peligro. Pero igual se van. Y progresan. Y mejoran. Pero más aún mejora el país que los recibe. Reciben a una familia que agregará valor, pagará impuestos, consumirá mínimos recursos del Estado y que muy probablemente dependerá solamente de sí misma para crecer y sobrevivir.

En los años ’50, con medio mundo destrozado por una guerra absurda y brutal, Venezuela, un país pobre, agrícola, que apenas despertaba a la maldición del petróleo, descubrió una oportunidad. Los líderes de ese momento comprendieron que había un talento afuera que no tenía futuro en países desolados y en ruinas. Y le abrió la puerta a millones de inmigrantes que sólo traían lo que tenían puesto. Y en las brutales dictaduras de los años ’70 en el Cono Sur, las puertas se abrieron a otros miles de inmigrantes que eran perseguidos en sus países. En ese período Venezuela creció como nunca. Nos llenamos de jóvenes que veían una segunda oportunidad y no la desaprovecharon. Trajimos talento, familias y voluntad. Creamos trabajo, riqueza y prosperidad. No resolvimos todos los problemas, pero el país estuvo mejor al final del periodo que al inicio, sin duda.

Estamos cometiendo un error grandísimo hoy en día. La más brutal medida económica, la que más atenta contra el pueblo y su provenir, es forzar a los jóvenes a irse, peor que cualquier «paquete neoliberal». A veces me despierto en la noche con la esperanza de encontrar una frase o idea que convenza al menos a mis hijos de permanecer en este país, pero no la encuentro. No hay nada peor para no dormir que darte cuenta que el futuro no podrá ser vinotinto.

Un comentario en “El último que apague la luz”

  1. Es muy triste lo que pasa en nuestro país. Y para los que salimos porque nuestros hijos no querían seguir amenazados por tanto miedo., por no visualizar futuro para ellos a corto plazo o mediano plazo, no sólo representa quedarnos sin nuestra historia profesional, famiia, amigos. Representa despedirnos hasta de nuestras inversiones , ya no valen nada. Todo nuestro trabajo devaluado. Así que el venezolano sale a dar el todo por el todo, invertir lo poco que pudo sacar y salir adelante. Y que tristeza no pueda seguir haciéndolo en su país. Venezuela un país maravilloso y que ayudó a muchos como lo mencionas en tu articulo.
    Buen articulo Agustín. Te felicito y muchos saludos

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